Darle clasificación a mis
sentimientos a menudo era un caso perdido, encontrarme conmigo misma por las
noches era el momento que más detestaba, puesto que, acariciar y sentir mi
cuerpo se había vuelto un habito poco atractivo, las voces me susurraban al
oído, que era lo que necesitaba para controlar los demonios y no precisamente
se trataba de los míos, sino los de aquella figura atemorizante que se postraba
al borde de la cama, esperando tanto de mi ser, admirando tanto de mi cuerpo,
con aquella mirada penetrante que yo tanto aborrecía.
Nunca supe cómo llamarle a lo
nuestro si entre caricias apasionadas y palabras forzadas, no fuimos más que
dos amantes que aprendían a despreciarse a medida descubrían más uno del otro,
éramos un error de aquellos que no quieres corregir, oprimías mi llanto para
luego lanzarme de un extremo a otro, mientras que mis estados de ánimo se
encontraban igual de confundidos que nuestras lenguas cuando nuestros besos se
extendían y sin saber por qué, no podía detenerme, aun queriendo alejarme,
correr y gritar la repugnancia que me provocaba el estar al lado de alguien que
apenas sabía algo de sí mismo.
No me tomo mucho tiempo darme
cuenta que era como mirarme en un espejo, una versión que no sabría decir si mejorada
o más precaria que la mía, acariciaba su cabello y notaba los gestos que se formaban
en aquel rostro tan marcado por el tiempo, que se podían inventar miles de
historias horribles sobre su vida, miraba aquellas manos que transmitían al
tacto miles de sensaciones que no iban acorde con lo que mis ojos veían y tan
solo esperaba el silencio, intrigada por todas las maldiciones que llegaban a
mi mente.
El lugar donde siempre quise
estar jamás fue al lado tuyo, pero realmente jamás quise estar en ningún otro
lugar, por eso se me hace tan difícil el comprender por qué en este momento
donde las sabanas me abrazan en la oscuridad de esta fría habitación, mi cuerpo
pide a gritos el tuyo, tratando de entender como mis labios buscan
incansablemente tu sabor en la boca de algunos extraños a los que he llamado
amor por simple costumbre, ¿que tanto nos hemos engañado como niños malcriados?
si no pertenecemos a ningún lugar, pero nuestros complejos caminan sin rumbo
alguno... en la misma dirección.
Era fácil el imaginarme otro
mundo, pero tan difícil que fuese uno donde no estuvieras, donde tus palabras
no afectaran mis acciones o donde mis lagrimas no llevaran de alguna manera tu
nombre, no fuiste indispensable para mi, jamás llegaras a ser indispensable y
de la misma manera, yo tampoco llegare a serlo, pero con el pasar de las horas
también pasan distintas preguntas por mi cabeza, es inevitable no intentar
adivinar ¿en qué momento me estarás pensando?, pero fue tu ausencia la que me
ha enseñado que de todos los motivos por el cual sentirme mal, el que mi lado
de la cama este vacío, es el que más me ha costado asimilar.
Siempre deje que fueses el
escritor de todas nuestras desgracias, mientras nos reíamos de la vida de
aquellos que solo contaban sus virtudes, contaba tus defectos y los comparaba
con los míos inventándome historias que jamás te contaba, pero donde siempre
terminábamos desnudos uno al lado del otro, creando nuevas formas de
destruirnos, armando aquellos juegos de rol donde pretendíamos ser personas
distintas y así aburrirnos de nosotros, pero jamás de las mentiras con la que
fantaseábamos cada noche.
Sentir como invadías mi cuerpo se
volvió algo tan complejo, que perdería mi tiempo intentando explicar todas las
malas palabras que se cruzaban por mi mente, todos aquellos insultos que con
mis dedos escribía en tu pecho, todas aquellas aventuras que nacían entre mis
piernas, donde le dimos otro significado a la manera de odiar de dos personas
que aprendieron a convivir con algo que iba mas allá del cariño, cuando nos
faltábamos el respeto y aun así sonreíamos, sonrisas que hoy se han convertido
en lagrimas por todos aquellos chistes que perdieron la gracia, el mismo día
que decidimos traicionarnos y creer que era mejor serle fiel a esta soledad que
se ha vuelto tan vacía sin ti.
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